"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

viernes, 12 de febrero de 2010

Valentín...


Se aproxima San Valentín, estimadas lectoras (y me refiero al género femenino porque bien sabido es que ésta fecha no tiene especial trascendencia para ninguno -estoy casi seguro- de mis lectores, claro está, a excepción de aquellos cuyas señoras sean de criterio tradicionalista).

Se aproxima San Valentín y con él, una avalancha de rosas rojas, cajas de bombones rojas, tarjetas perfumadas rojas, lencería más o menos provocativa roja... ¿Qué demonios le sucede a ese color en ese día?

A lo que vamos: San Valentín es un tipo que, en su época, no tuvo en cuenta que ningún hombre de la modernidad pudiera llegar a ser tan romántico como él y, por supuesto, tan bien colocado socialmente. Un personaje con dinero, básicamente.

No lo digo con acritud, tan sólo que no tenemos por qué celebrar con dinero una fiestecilla amorosa. ¿El amor cuesta dinero? ¿Sobre todo a los pobres? Los pobres no pueden enamorarse, entonces. O tal vez sí, si roban por amor un bonito colgante en las galerías de algún centro comercial infame.

De todos modos, San Valentín perdió su San hace bastante, cuando se convirtió en una fecha roja del calendario -claro, no podía ser de otro color. Ya no es una fiesta para celebrar el amor que se profesan las parejas por ambas partes, está claro que es un despliegue del mayor ámbito seducctor del hombre moderno:el tan afamado Don Dinero.

Es muy fácil ocuparse de la pareja amada en un sólo día con una suma ingente de "amor". "Amor" en grandes cantidades y de un brillante bermellón. El resto de días del año se quiere, pero se quiere menos. El 14 de Febrero es... digamos... la fecha del romántico moderno.

Ya no quedan hombres románticos, señoras. Ni uno sólo. Tendrán que conformarse con uno que se presente ante ustedes con una docena de rosas rojas, que coman de una caja roja de dulces, les escriban un poema en una tarjetita de olores muy rojos y les hagan el amor cinco veces al día reparando en que llevan ropa interior de color rojo -cosa harto complicada (lo de reparar en la ropa y lo de llegar al quinto polvo).

No se me ofendan si les digo que la culpa es suya, por querernos más en ese día que en los demás gracias al hecho de que recordemos que es más colorado de lo habitual. Perdonen mi educación tradicional, pero yo prefiero querer 364 días al año y regalar uno más si no se me exige que deje atrás mi caballerosidad dieciochesca por un moderno consumismo irracional.

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