"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

miércoles, 24 de febrero de 2010

El entorno hostil

En el seno materno estamos despreocupados. Estamos nutridos, cálidos, confortablemente acomodados. En el útero nos encontramos en un entorno perfecto, agradable; que nos aprisiona y que nos libera, que nos desarrolla y nos realiza. Ante todo, en el seno de una madre, mucho antes de nacer, estamos seguros, seguros de todo lo que queda por hacer.

El exterior es lo horroroso, lo que nos aturde, nos constriñe y aprisiona. Un niño, al nacer, llora. Llora ante su inseguridad, ante la contemplación o intuición de tantos peligros externos y extraños. Llora porque ya nadie puede protegerlo, porque acaba de dar con sus volubles huesos en un mundo desconocido que le amenaza de continuo.

Y aún no ha empezado lo peor. Todavía no se ha relacionado con nadie. Todavía no ha tenido que competir por nada. Aún se lo dan todo, pero pronto comenzará a pensar y parece que ante la intuición de un hecho tan complicado, ya necesita dar cuenta de que está ahí, de que existe en ese mundo y que está indefenso para siempre.

Ya no hay vuelta atrás. Ha dejado su entorno natural por un entorno hostil lleno de seres como él. Y ya no podrá volver a sentirse seguro nunca más...

lunes, 22 de febrero de 2010

El hombre, que se alimenta de amor


El hombre es un animal que necesita amor, se alimenta de amor y cariño. Se puede decir que desde que nace lo necesita, es su sustento primordial y más inmediato.

Nace, se le da amor y cariño en grandes cantidades e inmediatamente empieza a desarrollarse en su conjunto. Completa así el proceso que se inició en el útero materno justo en el momento en que se empieza a pensar que un dimituto ser se empieza a fecundar en su vientre. El nacimiento no es un hecho biológico, es un hecho deseado, ilusionado, imaginado y amado en mayor o menor medida.

Cuanto más amor se le da a un hombre, más crece, más se desarrolla. Se le quiere, no se puede evitar querer a un ser así, hijo de una madre. Siempre hay alguien que lo quiere y, por lo tanto, siempre crece, cada día un poco más.

Y justo cuando más crece, cuando más se lo ama, el hombre deja de nutrirse del amor. Debería crecer, seguir engordando y haciéndose mayor y más importante, pero por alguna extraña razón deja de hacerlo.

Debería crecer más y más. Rebasar los límites del mundo en un sentimiento afectivo recíproco que constituye una red amatoria que hace que se estime pequeño el valor del universo que habita.

Pero no, en lugar de destruir el mundo que lo rodea, el hombre prefiere destruirse a sí mismo. Lejos de lo que pueda parecer, no está concienciado con su entorno, pues es un acto egoísta ya que deja de amar a los demás, que a su vez dejan de crecer por empezar a quererse ellos a sí mismos.

El hombre, llegada una edad, deja de amar para amarse en la soledad de su crecimiento interrumpido. Y nunca, nunca jamás, llegará a alcanzar su mayoría de edad.

El monstruo deja de crecer y comienza a menguar...

jueves, 18 de febrero de 2010

Materia y forma

lunes, 15 de febrero de 2010

Lluvia gris


Llueve. Llueve hacia abajo. Está lloviendo y cuando deja de hacerlo, vuelve a empezar.

Llueve. Llueve hacia arriba. Está lloviendo con demasiada violencia, aunque no se la pueda llamar propiamente lluvia: no cae del cielo. El agua se eleva desde el suelo y asciende tanto como pueda imaginarse.

Los agujeros de la nariz se taponan y es fácil ahogarse de pie. No quieras vivirlo, es un espectáculo precioso pero, como todo en la naturaleza, arriesgado si permaneces mucho tiempo a la intemperie. La lluvia sube desde los pies y resulta muy engorroso intentar cubrirse con un paraguas. Mantener el equilibrio sobre esas varillas tan deformables es tarea imposible y entonces todo el agua se vierte sobre ti como un chaparrón invertido.

El agua no se ve, es transparente. Ni una sola gota puede ser atravesada por la increpancia de mis ojos. Me mojo. Me estoy mojando. Y la angustia de no poder contemplar cómo me estoy empapando de abajo arriba se acentúa al sólo poder notar la humedad en mi cuerpo destrozado por la sombra que el agua deja en mis ropas.

Un paraguas no serviría como tampoco cualquier tipo de ropa impermeable. Inevitablemente me mojo, me consumo por un enemigo invisible que va devorando mi cuerpo sin prisas, gozando de cada muerdo que le da a mi piel tras haber rebasado la capa superficial que la recubre.

Las gotas se apresuran a penetrar dentro de mí a través de mis fosas nasales. Me recorren todo el cuerpo, me obstruyen la circulación sanguínea y noto cómo la humedad de dentro y la de fuera son ya una misma. No hay diferencia, ya soy todo agua.

Lo que antes fuera mi cuerpo se eleva del suelo y acompaña a la invisible enemiga en su recorrido hacia la lejanía colmada de nubes. Ahora yo también soy etéreo, un líquido invisible que se evapora al alcance de una armoniosa dulzura celestial.

Noto calor. Demasiado calor. Y peso; peso tanto que no puedo seguir manteniéndome por más tiempo. Cuando me precipito al vacío no logro recordar cómo he llegado hasta ahí. Sólo soy un charco de agua translúcida y sucia que revienta como una burbuja al contacto con el suelo del que procede, salpicando, con todo mi ser, el cuerpo que brega con un inútil paraguas por no mojarse con un líquido que llueve hacia arriba.

viernes, 12 de febrero de 2010

Valentín...


Se aproxima San Valentín, estimadas lectoras (y me refiero al género femenino porque bien sabido es que ésta fecha no tiene especial trascendencia para ninguno -estoy casi seguro- de mis lectores, claro está, a excepción de aquellos cuyas señoras sean de criterio tradicionalista).

Se aproxima San Valentín y con él, una avalancha de rosas rojas, cajas de bombones rojas, tarjetas perfumadas rojas, lencería más o menos provocativa roja... ¿Qué demonios le sucede a ese color en ese día?

A lo que vamos: San Valentín es un tipo que, en su época, no tuvo en cuenta que ningún hombre de la modernidad pudiera llegar a ser tan romántico como él y, por supuesto, tan bien colocado socialmente. Un personaje con dinero, básicamente.

No lo digo con acritud, tan sólo que no tenemos por qué celebrar con dinero una fiestecilla amorosa. ¿El amor cuesta dinero? ¿Sobre todo a los pobres? Los pobres no pueden enamorarse, entonces. O tal vez sí, si roban por amor un bonito colgante en las galerías de algún centro comercial infame.

De todos modos, San Valentín perdió su San hace bastante, cuando se convirtió en una fecha roja del calendario -claro, no podía ser de otro color. Ya no es una fiesta para celebrar el amor que se profesan las parejas por ambas partes, está claro que es un despliegue del mayor ámbito seducctor del hombre moderno:el tan afamado Don Dinero.

Es muy fácil ocuparse de la pareja amada en un sólo día con una suma ingente de "amor". "Amor" en grandes cantidades y de un brillante bermellón. El resto de días del año se quiere, pero se quiere menos. El 14 de Febrero es... digamos... la fecha del romántico moderno.

Ya no quedan hombres románticos, señoras. Ni uno sólo. Tendrán que conformarse con uno que se presente ante ustedes con una docena de rosas rojas, que coman de una caja roja de dulces, les escriban un poema en una tarjetita de olores muy rojos y les hagan el amor cinco veces al día reparando en que llevan ropa interior de color rojo -cosa harto complicada (lo de reparar en la ropa y lo de llegar al quinto polvo).

No se me ofendan si les digo que la culpa es suya, por querernos más en ese día que en los demás gracias al hecho de que recordemos que es más colorado de lo habitual. Perdonen mi educación tradicional, pero yo prefiero querer 364 días al año y regalar uno más si no se me exige que deje atrás mi caballerosidad dieciochesca por un moderno consumismo irracional.

jueves, 11 de febrero de 2010

El problema no es la elección

En la vida hay que hacer cosas que joden. Y no lo digo por fastidiar a nadie, pero es cierto que no se puede complacer a todo el mundo en todo momento. Incluso se puede no complacer a nadie.

¿Y eso es malo? Es posible, pero cuando digo nadie, me refiero a nadie en absoluto, ni a nosotros mismos. Y esto es posible cuando se nos presenta una complicada situación que debemos resolver haciendo algo o no haciéndolo. Una simple elección, como matar o no matar.

La dificultad radicaría en que ambas partes son muy sugerentes y aceptar una de ellas implica el abandono inmediato de la otra, lo que es un engorro, puesto que nos desprendemos de una parte que también nos interesa por algún motivo.

Nos encontramos así con el dilema del asno que murió de hambre porque tenía dos pacas de alfalfa de idénticas características para comer y ante la angustia de su indecisión, se pasó tanto tiempo intentando dilucidar cuál comería antes que no pudo elegir.

Así pues, el problema no reside en la elección, sino en la no elección. Elegir lo bueno o lo malo es fácil y necesario, es moral. No elegir es amoral y, por supuesto, nos deja viviendo como simples amebas, víctimas del poder de otros.

Comer antes una u otra paca, matar o no hacerlo, estudiar o trabajar, amar a una persona o a otra, vivir independientemente o bajo la tutela de alguien, ser o no ser... La elección es un simple señelar con el dedo, es el decir de algo y el callar de su contrario. Elegir es vivir, vivir en la lógica de la ética y de los valores propios. Elegir es, en definitiva, el acontecimiento más propio de la definición de una persona y su más puro ser especial y distinto.

La elección es el camino de la forja de la personalidad.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La naturaleza sobre la sobrenaturaleza

lunes, 8 de febrero de 2010

Se ruega silencio


Sentada en el mismo sillón, haciendo lo mismo todo el santo día... Estudio con una taza de té al lado, pero pronto empiezo a languidecer y me reposa la cabeza sobre el libro lleno de tachones.

El sueño me trae imágenes de ancianos que me persiguen. Bueno, no; no me persiguen, pero porque están enfermos.
Y las esposas a punto de llegar.

Entonces es cuando salgo disparada diciendo: "qué mal está la gente..." Mientras tanto, pienso algo muy distinto: "
pobre hombre, tiene cáncer, pero fíjate... por muy enfermo que esté sigue teniendo instintos primitivos..."

Pero soy tan sumamente profesional que me voy alegando que tengo cosas que hacer y me despido con una sonrisa y pensando: "me ha besado el brazo; qué extraño."

Y eso que le dije que tengo novio, pero es indiferente, cuando nadie nos ve me toma del brazo y me lo besa mientras le tomo la tensión. ¡Así es imposible!


Es embarazoso.

Mientras, en otras habitaciones, parecen tan tiernos los pacientes que me apetece pasar el día ahí.

Relato cedido por María Piedad Becerra Espino

miércoles, 3 de febrero de 2010

Amores en la distancia...


¿Con qué instrumento se conectan las distancias del amor?

¡Ah, el amor! Esa sensación química que nadie alcanza a comprender del todo... Sí, química, pues ¿cuántos agentes carbonatados se queman en el acto amoroso? Y digo acto amoroso por ser políticamente correcto, porque la química del amor se reduce a gases. Y es que esas mariposillas tan cursis que se sienten por dentro no son sino los restos de la combustión del movimiento de empuje perpetrado en el mejor de los contactos físicos.

En definitiva, que la palabra amor es un intento por humanizar el instinto animal de perpetuación de la especie. El amor es necesario, sí; pero no es más necesario que lo que esconde entre la poesía de su concepto. La barbarie de la necesidad con la que se culmina en un instante de cubrición. Siendo realistas, podemos contestar con toda la certeza que nos da la comprensión de las relaciones sociales a la pregunta que planteaba al principio:

¿Con qué instrumento se conectan las distancias del amor? Con el pene.

martes, 2 de febrero de 2010

Guía de orquesta para jóvenes




Una guía para la introducción de los jóvenes a la música clásica en la que se presentan las familias de instrumentos y los mismos por separado. Muy recomendable para iniciados a éste tipo de música.