"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

martes, 30 de noviembre de 2010

Reflejos

viernes, 26 de noviembre de 2010

Noches sin cielo



Aferrada a una esfera luminosa, cálida, rodeada de oscuridad, la mujer, desnuda, se sujeta al último vestigio de vitalidad del mundo en el que ha quedado atrapada para el resto de su eternidad; una eternidad finita con la fecha de caducidad que su cuerpo le imprime.
Observa a su alrededor y no ve nada.

Mira su esfera y se adentra en un mundo futuro donde la música no llega. El viento peinará los cabellos de alguna princesa imaginaria de cuentos fabulosos, que no existen ni existirán jamás. Más allá del bosque se oye el discurrir de un agua tranquila y lejana, bañada por la luz de la esfera que rodea con sus manos.

A medida que observa el cauce del riachuelo éste va dejando de sonar, ya no quiere hablar de lo bellas que eran las vistas que el tiempo dejó atrás. Ante él y sobre su superficie se extiende una extensa ciudad. Toneladas de acero se levantan desde el mar y otro mar aún más profundo lo cubre del color anaranjado de las partículas que perdieron el rumbo hace largos años.

Espacios infinitos se extienden de un extremo a otro de la luminiscente esfera universal, tocándose el principio que se confunde con ningún final. La mujer llora en su desconsuelo y se arrepiente de mirar, no comprende qué ha hecho mal.

Su esfera se apaga como lo hace su realidad y se aferra a un sueño que nunca podrá volver a evocar como, tiempo atrás, lo hiciera con el poema de alguien que ya no volvería a existir.

Las paredes de su estrecha habitación se cierran en torno a ella mientras la pregunta acuciante le perfora y la insta a erguirse sobre su redondez no luminosa preguntándose si no sería verdad, si no sería cierto, que Dios fuera una mujer...



martes, 23 de noviembre de 2010

El bocadillo insólito

Una rebanada de pan tostado para que pueda soportar el peso de todo lo amado.
Un poco de tomate y mayonesa para untar y que no esté seco por debajo del queso.
Encima se sitúa un buen tomo de lomo, asado o a la plancha, eso nos da igual
y para que quede bien sabroso aderezarlo con mucha pimienta y una pizca de sal.
Dos hojitas de lechuga bien limpias y verdes para empujar y poder rebajar.
Tomate natural y un huevo cocido que en rodajas se ha de cortar,
con mucho mimo la otra rebanada de pan y una olivita ensartada para adornar.

Comer es un placer...Es un bocadillo normal.

¿Lo es?

No... Ante tal cantidad de grasas sin sentido y sabor desmedido sólo se puede decir de él que pueda, como poco, caminar. Directo al intestino y pasando por el estómago, una vez ingerido no deja de hablar:

-¿Por qué me has comido? ¿Por qué así conmigo no tuviste piedad?

Sólo se me ocurre una respuesta posible que que le pueda recetar:




Para JJ. Especialmente...

martes, 16 de noviembre de 2010

La gata gorda o el furor felino

Albergaba un sentimiento de desasosiego en mi pecho por la mañana temprano cuando caminaba mi paseo matutino frente a un hotel con algunos árboles rezando a su puerta cuando descubrí, para mi asombro, una bonita gata mirando hacia la copa de uno de los naranjos que se levantaban sobre mi cabeza. Estaba obesa. Era una bonita y lustrosa gata obesa que quería, al parecer, trepar y subir a las ramas entreveradas de más arriba.

Es realmente gracioso contemplar cómo un animal cuyo linaje proviene de una noble y ágil raza se agazapa, flexiona las patas traseras, se lanza desesperado al tronco del árbol, se aferra con fuerza a la corteza, pone su máximo esfuerzo en coronar la cima y se cae de costado contra el suelo.

El mundo femenino es idéntico. Se esfuerzan sexualmente en ser realmente activas cuando el cuerpo femenino está concebido para ser receptivo, pasivo. Ponen todo su empeño en alcanzar la satisfacción de subir a la copa del árbol y divisar el mundo desde lo alto. Consiguen con su esfuerzo no alcanzar siempre el placer inconmensurable de satisfacer absolutamente todos sus deseos y, sobre todo, olvidan que son los seres más complejos del planeta.

Cuando aquella gata salió huyendo despavorida de su accidental derrota, me percaté de un pequeño detalle: no estaba obesa, estaba preñada. Comprendí al instante que aun estando obesa hubiera podido doblegar la voluntad de aquel árbol si lo hubiera deseado. Que su constitución le hubiera permitido, aun siendo un animal inadaptado a su perfecta fisonomía, hacer lo que le hubiera venido en gana y satisfecho sus necesidades más propias.

El único lastre que tenía era su prole. Sólo el instinto le priva a la gata de su propia satisfacción. La preocupación por lo ajeno. El desmotivamiento es lo que la mueve, irremediablemente, a convertirse en una pobre criatura desdichada.

Continuidad de los parques (Cortázar)


jueves, 11 de noviembre de 2010

Scheiße

Una mañana te levantas cansado de la vida, decides ponerte tus botas viejas y salir a un exterior cambiante, un exterior diferente, irreconocible.

Las paredes no son paredes; las personas no son personas. Se respira aire envenenado con pétalos de flores marchitas acariciando las suelas de cuero por las que penetra el agua de los charcos negros.

Caminas hacia un destino impredecible y miras lo invisible, atraviesas la línea del infinito varias veces y tropiezas con el viento que sopla a tu favor, a favor de la pestilencia que se desprende de tu ropa.



Te levantas una mañana, cansado de la vida. Paredes de papel incendiarios que iluminan la oscuridad que sesga el laberíntico aire ahumado. Hay un perro que orina junto a las botas haciendo que se deshagan bajo la lluvia que del techo cae hacia su minúsculo pene replegado sobre el plumífero pelaje. De entre las llamas surgen los escrutadores ojos de la vanidad que lo percuten como brocas de metal, abriendo los recovecos de su mente. Las paredes se estrechan, el fuego se alimenta con el ácido acuífero. El animal le muerde la cola que se le desprende del trasero procurándole un dolor insufrible en la base de la espalda. Grita. Grita pero no se oye. Se le congelan las retinas y entonces no ve nada, sólo esos ojos blancos que como esferas de latón hacen que su pútrida imagen se refleje en ellos.

Se pone las botas. Se acuesta. Se levanta. Se pone las botas. Se lava los dientes. Se sienta sobre el sucio inodoro de porcelana y deja caer algo que no suena en el agua. Se vuelve para comprobar la importancia de su modesto aparato intestinal y descubre su rostro mirándole. Se pone las botas. Se sube los calzoncillos. Se sube los pantalones. Se pone las botas. Sale a la calle. Lo atropellan estúpidamente. Se pone las botas. Se acuesta sobre el asfalto. Muere. Le roban las botas. Se calza sus botas.

Hay mañanas en las que es mejor no cansarse de la vida y comprarse unas botas nuevas.

jueves, 4 de noviembre de 2010

El peso de la razón

- Póngame medio kilo de razón, pero de la buena, ¿eh?, que la última vez me la diste un poco rebuscadilla y no había manera de entrar a mi hijo en vereda.

- Señora, ¿su hijo se llama Ludwig? Ese que al pobre siempre se le ve con un cuaderno bajo el brazo y andando solito calle arriba calle abajo.

- Ese mismo, ay, yo ya no sé que hacer con él. Se pasa el día diciéndome que hablo sin sentido y que no me entiende, menos mal que mi marido es un buen hombre y me comprende siempre, porque ya no sabemos qué hacer con el niño, de verdad.

- ¿Y ha probado usted a dejarlo tranquilo?

- ¿Pero cómo voy a hacer eso? En la sociedad actual permitir que alguien vaya por libre es la defensa de una suerte de neolibertinismo intolerable.


- ¿Por qué es intolerable?

- Porque se promociona un libre pensamiento muy alejado de la conformidad y confortabilidad del respeto comunitario y el derecho inalienable y constitucional del individuo sociópata.

- Señora, ¿acaso no ve usted que su hijo es autista?

- Pues qué razón tiene usted.

- ¿Ve usted como sólo vendo cosas buenas?