"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

lunes, 15 de febrero de 2010

Lluvia gris


Llueve. Llueve hacia abajo. Está lloviendo y cuando deja de hacerlo, vuelve a empezar.

Llueve. Llueve hacia arriba. Está lloviendo con demasiada violencia, aunque no se la pueda llamar propiamente lluvia: no cae del cielo. El agua se eleva desde el suelo y asciende tanto como pueda imaginarse.

Los agujeros de la nariz se taponan y es fácil ahogarse de pie. No quieras vivirlo, es un espectáculo precioso pero, como todo en la naturaleza, arriesgado si permaneces mucho tiempo a la intemperie. La lluvia sube desde los pies y resulta muy engorroso intentar cubrirse con un paraguas. Mantener el equilibrio sobre esas varillas tan deformables es tarea imposible y entonces todo el agua se vierte sobre ti como un chaparrón invertido.

El agua no se ve, es transparente. Ni una sola gota puede ser atravesada por la increpancia de mis ojos. Me mojo. Me estoy mojando. Y la angustia de no poder contemplar cómo me estoy empapando de abajo arriba se acentúa al sólo poder notar la humedad en mi cuerpo destrozado por la sombra que el agua deja en mis ropas.

Un paraguas no serviría como tampoco cualquier tipo de ropa impermeable. Inevitablemente me mojo, me consumo por un enemigo invisible que va devorando mi cuerpo sin prisas, gozando de cada muerdo que le da a mi piel tras haber rebasado la capa superficial que la recubre.

Las gotas se apresuran a penetrar dentro de mí a través de mis fosas nasales. Me recorren todo el cuerpo, me obstruyen la circulación sanguínea y noto cómo la humedad de dentro y la de fuera son ya una misma. No hay diferencia, ya soy todo agua.

Lo que antes fuera mi cuerpo se eleva del suelo y acompaña a la invisible enemiga en su recorrido hacia la lejanía colmada de nubes. Ahora yo también soy etéreo, un líquido invisible que se evapora al alcance de una armoniosa dulzura celestial.

Noto calor. Demasiado calor. Y peso; peso tanto que no puedo seguir manteniéndome por más tiempo. Cuando me precipito al vacío no logro recordar cómo he llegado hasta ahí. Sólo soy un charco de agua translúcida y sucia que revienta como una burbuja al contacto con el suelo del que procede, salpicando, con todo mi ser, el cuerpo que brega con un inútil paraguas por no mojarse con un líquido que llueve hacia arriba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario