Se detuvo frente al reloj de la catedral, justo un poco por delante de la puerta de la tienda de souvenirs que se encontraba a dos días de su cierre y a unos minutos de su próxima venta destinada a acercar aún más a los dos pasos a los que se encontraba de los muros santos al turista que se alejaba de él en lenta aproximación a su lugar de encuentro.
Dirigió la mirada por debajo del campanario en excelente conservación tras la restauración de años antes a su ínfimo deterioro actual, y por encima de los grandes ventanales que distaban entre sí lo que medían el espacio ocupado por las piedras tres y cuatro comenzando a contar desde el pórtico en dirección a la derecha.
Anoche murió tras contemplar el reloj de la torre a la hora exacta en que la manecilla pequeña de la esfera señalaba el número comprendido entre el uno y el anterior al cuatro y la aguja mayor apuntaba directamente en la dirección opuesta al lugar donde se desplomó por encima del suelo empedrado.