"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

jueves, 28 de octubre de 2010

Derivaciones deícticas

Sucedió entre el cuarto día después de su boda y en el intervalo medio entre el almuerzo y la cena de los días siguiente y posterior al siguiente.

Se detuvo frente al reloj de la catedral, justo un poco por delante de la puerta de la tienda de souvenirs que se encontraba a dos días de su cierre y a unos minutos de su próxima venta destinada a acercar aún más a los dos pasos a los que se encontraba de los muros santos al turista que se alejaba de él en lenta aproximación a su lugar de encuentro.

Dirigió la mirada por debajo del campanario en excelente conservación tras la restauración de años antes a su ínfimo deterioro actual, y por encima de los grandes ventanales que distaban entre sí lo que medían el espacio ocupado por las piedras tres y cuatro comenzando a contar desde el pórtico en dirección a la derecha.


Anoche murió tras contemplar el reloj de la torre a la hora exacta en que la manecilla pequeña de la esfera señalaba el número comprendido entre el uno y el anterior al cuatro y la aguja mayor apuntaba directamente en la dirección opuesta al lugar donde se desplomó por encima del suelo empedrado.

lunes, 25 de octubre de 2010

Dream



Despertar y sonreir y descubrir que el baño de sudor es producto de un sueño. Que en la inconsciencia hemos vivido y hemos muerto; disfrutado y sufrido y que todo fue un vano sueño.

Despertar y descubrir con ilusión que vivo en un sueño, que soñando me aferro a la alegría de mi tristeza y que la soledad sólo acecha en lo onírico.

Despertar y soñar lo despierto, la fantasía y el anhelo de lo que alguna vez fue yerto.

Soñar... y saberse despierto.

martes, 19 de octubre de 2010

El cerrojo (Compartir la existencia)

Y entramos en el cuarto y lo hacemos acompañados. Nos quitamos la ropa, despacio, y el público aplaude entusiasmado. Nos metemos en la cama, desnudos, nos cubrimos con una sábana y la concurrencia prorrumpe en vítores desalmados.



No hay privacidad, señoras y señores. Todo es computable y si es computable, es visible. Las redes sociales pueden disputarse el contenido vital de un individuo muy por encima del entorno familiar. La vida está informatizada y están de moda las relaciones de microondas.

¿Quién es capaz hoy en día de vivir sin aparatos tecnológicos? Inténtenlo al menos y comprobarán que no se puede sobrevivir en la naturaleza que nos posee, que nos desposee. Poco nos importa ya el cerrojo de Fragonard, nada nos dice si no es que deberíamos instalar uno nuevo, dentro de nosotros mismos que privatice nuestras vivencias.

Especímenes, porque eso es lo que somos, nos toca compartirlo todo, incluso la privacidad de nuestras vidas compartidas. Así como ustedes pueden saber absolutamente todo lo que sucede en mi existencia aun sin conocerme, yo podría saber de las suyas. No existe cerrojo tras sus puertas que no pueda descorrer.

¿Qué hay tras el cerrojo? ¿Alguna situación erótica en el más puro sentido del acontecimiento estético? ¿Tal vez algún misterio por descubrir? Lo siento mucho, pero eso ya no existe. El cerrojo es una metáfora que en tiempos pasados nos pareció bellísima. Hoy no es nada. Disfruten de sus Gran Hermano particulares y, por si no nos leemos más veces: buenos días, buenas tardes y buenas noches.

jueves, 14 de octubre de 2010

El hombre con tres brazos



El hombre con tres brazos no era un gran hombre, ni un hombre elegante, ni un hombre especialmente destacado; de hecho, ni siquiera llamaba la atención lo suficiente como para considerarlo una atracción de feria. Lo único que le sucedía era que poseía tres brazos, un apéndice que le salía justo por debajo del brazo derecho que cumplía las mismas funciones que sus otros dos miembros. No era una rareza, ni un monstruo, ni siquiera una abominación; no era nada de eso, no era nada.

El hombre con tres brazos sabía tocar la guitarra y el piano y la trompeta y la flauta y el violín y la viola y el charango y el xilófono y el saxofón y los timbales y la batería. Sabía tocar una infinidad de instrumentos y se lamentaba tremendamente de no tener otro brazo para poder acariciar las notas de un dueto.

El hombre con tres brazos sabía tocar a las mujeres y acariciar sus senos y sus piernas y sus caderas y sus espaldas y sus vientres y sus cuellos y sus mejillas y sus ojos. Sabía dónde tocar en el momento exacto y sabía cómo hacer que quisieran que siguieran tocándolas. Tenía tres brazos para amplificar y ralentizar el tiempo del placer, para no cansarse nunca de usar uno y otro y otro brazo. Y aun así no podía hacer todo el uso que podía de ellos, porque tres brazos dan para una mujer, sí, pero también dan para una más y el amor es egoísta y no admite querencias a tres brazos.

El hombre con tres brazos sabía cocinar. Sabía cocinar chirlas con salsa de almendras y entrecot de cerdo lechal sobre una cama de patatas panadera y acompañamiento de verduras a la parrilla regadas con jugo de lima y sopa de aleta de tiburón y pasta al dente con dulces de higos repartidos por todo el plato. Sabía cocinar de maravilla y era la envidia de su ciudad. Pero de nada le servía tener un tercer brazo con el que elaborar los más exquisitos de los platos puesto que no tenía a nadie a quien ofrecérselos.

El hombre con tres brazos era la persona más normal del mundo salvo por un detalle: no que tuviera un brazo de más, eso no era nada digno de mención, sino que el hombre con tres brazos era un hombre desdichado, el hombre más desdichado de cuantos nadie jamás ha conocido.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Viaje a Ítaca


Alguien, un nuevo desconocido, sube a su taxi.

- ¿Adónde va? –Le pregunta.

- A ninguna parte.

El conductor no entiende, duda de si está bromeando con él o si es un simple loco confundido entre los mareos de la noche profunda.

- Usted sólo conduzca, ya llegaremos al final del camino en algún momento.

Mecánicamente obedece, arranca y echa a rodar por las sucias calles de la ciudad que dormita bajo un manto de putrefacción. Acelera y las luces a varios metros sobre sus cabezas se suceden fugaces en una línea resplandeciente que señala una dirección única.

- ¿Quiere que gire en algún momento? –Pregunta el taxista confuso.

- Ya ha girado hace rato.

El hombre mira a su alrededor por primera vez desde que el desconocido subió a su vehículo y ve la completa oscuridad rodeando su muerte. Se siente uno mismo fundido con el amasijo de hierros que se han hecho polvo, retorcidos en grotescas figuras, del coche que humea en una explosión de combustible y vapores.

Sin inmutarse, el desconocido pasajero baja del auto en llamas y rápidamente busca otro que pueda acercarlo un poco más a la muerte, a la suya, siempre que le sea posible.

El taxista mira el cuerpo de su pasajero inerte en el suelo y suspira resignado. Arroja la colilla consumida de su cigarrillo a la calzada y la pisa, no quiere que nadie la apague por él.

Un espectador ajeno contempla la escena desde una distancia prudente sin ser descubierto por nadie. Sonríe, cierra los ojos y vuelve sus pasos hacia una historia mejor. La noche está fresca y un abrigo le vendría bien para cubrir el recuerdo de la realidad que ha contemplado y que es incapaz de describir.

Ante algo así, piensa, sólo se puede pedir un taxi y que le conduzca a ninguna parte.

martes, 12 de octubre de 2010

De viejas rencillas con el alcohol

- ¡Volvemos a encontrarnos, vieja enemiga! –Le dije a la botella de vodka tan sobrio como el amor me lo permitía.

- ¿Quieres que te deje a solas con ella? –Me preguntó Y. con desconfianza. Sabía demasiado bien qué había pasado la última vez que esa botella y yo nos encontramos por lo que se fue preparando para regresarme a casa.

- Por favor. –Pedí yo. El espectáculo estaba asegurado.

Nos situamos uno frente a la otra, solos, junto a un vaso ancho con un dos cubitos de hielo. Ella estaba fresca, sabía que bien podía ser una lucha deliciosa, muy dulce y rápida, para que no sufriera. No describiré el proceso, pero estuvimos encerrados a solas durante quince minutos. Fue rápido, indoloro y casi erótico el modo como apuré la última posibilidad de aquella botella. Cuando abrí la puerta, Y. se sorprendió gratamente.

- ¿Qué ha sido de ella?

Inmediatamente esbozó una sonrisa y nos dirigimos juntos al velatorio. Dentro, había visto una botella de vodka herida, agonizando en el suelo con inusitado horror mientras se desangraba sin remedio.

F.A.P.S.

¿Qué son tres meses?

Tres meses son todo. Tres meses no son nada. Dan para mucho y para poco. Pero sobre todo, tres meses son el tiempo que he estado sin torturaros con escritos dolorosos a la vista y a la mente. Se acabó el chollo, señoras y caballeros.

Bien es cierto que en cualquier momento pueden dejar de leerme y sería sin duda la opción más sabia, aunque la más insatisfactoria para mí. Porque siempre se escribe para alguien, lo quieran o no, y siempre hay alguien dispuesto a leer basura. Eso sí, basura entretenida cuanto menos.

Nuevamente: ¿qué son tres meses?

Son una época de crecimiento, de enriquecimiento experiencial y amplitud de horizontes. Son una cantidad formal a priori de la sensibilidad constreñida en un espacio determinado. Tres meses son tres meses para todo lo que ustedes quieran. Ahora bien, esos tres meses ya fueron... ¿Qué quieren ahora?

Tiempo. Más tiempo. Para holgar y leer y escribir.

Nuevamente, es tiempo para plasmar el conocimiento o las experiencias adquiridas. El que yo lo haga de este modo es sólo una opción como cualquier otra. Igual de aburrida, de interesante, de sencilla y de cargante. Ustedes deciden si les interesa o les aburre.

¡Es mi vida y no se la presto!