"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

lunes, 27 de junio de 2011

Cinco siete

No puedo dormir. No tengo sueño.
Contemplo mi reflejo estático en la pantalla del televisor, en ese objeto vacío de todo contenido mental. Los apuntes de Lenguaje sobre la mesa. Demasiada filosofía. Debería mirarlos una vez más, ver a través de ellos. Noto cómo me tambaleo. Mis manos sobre mis rodillas y la cabeza dando vueltas. Me duele el estómago, noto un vacío en su interior, insatisfecho desde las dos de la tarde.
No tengo sueño. Debería dormir. No tengo sueño.
El cristasol es bonito. No podría conseguir más que una intoxicación. Es tan azul. Las páginas amarillas se me representan como un hombrecillo que reparte comida a domicilio. Miro el reloj de mi teléfono móvil. Las cinco doce. Lleva tres minutos de retraso, deben ser las cinco dieciséis; ha cambiado un minuto hasta que lo miro por segunda vez.
Debería dormir.
Ahora no sé qué vendrá.
Debería dormir.
No tengo sueño.
Cierro los ojos. Tengo miedo.

sábado, 25 de junio de 2011

Soledad para pensar


¡Oh, yo!
Háblame de la soledad y de la vida
y de la no-vida.
Y háblame de lo que puedas y no puedas.
Háblame
y hazlo mientra veas,
mientras mires y reconozcas la piedad,
la soledad que me afea.

¡Ah, solaloca en mi soledad sesgada!
Parásito aferrado a mi almohada.
Gabardina que moja en noche cerrada.
¡Ah, solaloca de mi soledad!

Hablo solo,
solo me hablo,
sólo me hablo solo,
pero me hablo.
Suerte que estoy solo,
solo con mi yo,
mi yo y mi no-yo solos.

¡Oh, yo!
Háblame de tí.
Háblame del instante en que te perdí.
Háblame de vida,
de poemas y diatribas.
De tu yo
y de mi no-yo.
De la soledad a la que me confinas.

viernes, 17 de junio de 2011

Contra corriente

martes, 14 de junio de 2011

Palabras de mí

Se me abren las carnes al contacto con el papel. Una luz se filtraba por mi ventana, un destello azulado, producto del desvarío que produce no dormir. Dormir es sólo una sensación de irrealidad que ataca al intelecto con espada de mentiras, como un juego simbólico del que no aprender nada.

Poco a poco van cayendo las hojas de la conciencia activa, el cansancio embadurna el cerebro y lo recubre con una peculiar película que reproduce la viscosidad de la vida.

Un caballo relincha en mitad de la noche, en un piso del centro urbano, donde los caballos priman por su pequeñez infinita. De pronto suena un disparo y el animal cae muerto, desangrándose ríos de ginebra, tambaleándose como un borracho en la niebla.

Los ojos abiertos sólo sirven para contemplar el delirio que encierran tras los párpados. Las horas se suceden como notas en una sinfonía, crueles, inexorables, punzantes...

Se me abren las carnes al contacto con el papel de una Biblia, único recuerdo de lo que fuera antes una luz azulada filtrándose por mi ventana, una luz que aún no sé dónde estaba, que no veo y que no ví. Creo que conseguí dormir, pero si no lo hice, ay, míseras palabras de mí.

viernes, 10 de junio de 2011

Calcetines con tomate

El viejo se mira las manos enguantadas y echa más leña y desperdicios al fuego. Se calienta. No puede por menos que hacer otra cosa, no le queda nada salvo su calor, sus mitones raídos y su experiencia bajo el mismo puente de fría roca después de tantos años.

Es feo, tiene la cara desfigurada y está desdentado. Emana un olor desagradable de una costra que recubre lo que alguna vez fuera herida en su brazo derecho. Pero las llamas lo reconfortan, hace ya mucho que no siente nada.


- ¿Quién anda ahí? -Pregunta sacando un trozo de tela del pecho, estratégicamente situado para conservarle un poco de calor dentro.

- Soy yo. -Contesta un mendigo mucho más joven.- ¿No tendrás algo de comer por un casual, verdad?

- No sé si por casualidad o no, pero desde luego no para tí, perro.

El joven lleva una navaja oxidada en su diestra, dispuesto a utilizarla si no se cumple con lo que quiere.

- Cuidado, viejo, tengo más fuerza que tú. ¿Qué tienes ahí? -Lo aparta de un manotazo que lo cae al suelo, aferrado aún al trozo de tela que parece ser un calcetín viejo lleno de agujeros y descosidos.- ¡Vaya, pero si tienes un par de tomates! -Los palpa, tienta el gusto de las hortalizas y no se contenta con ello sólo y le da un bocado a una.- No están muy católicos, pero al menos es algo que comer. Gracias viej...

Se da vuelta con la boca llena de la propiedad del anciano, hablando, con la guardia baja y la hoja de la navaja entretenida ensartando el otro tomate. No le da tiempo a jactarse más de su arrogancia y desprecio por el viejo, se queda con la jota ahogada en la boca.

- Jjjjjjj...

El desgraciado deforme le ha introducido el calcetín en la boca y aprieta los descosidos contra su garganta, ocupada por trozos de hortaliza podrida. El amasijo se convierte en un tapón que oprime la campanilla del joven contra el cielo de la boca mientras los hilos sueltos se van introduciendo por la parte más superior de su esófago. Los nervios traicionan al joven mendigo que alza la navaja contra su agresor, tratando de cortar el aire que el tomate ensartado apachurra contra el viejo abrigo. Se preocupa por respirar, ahora ya sólo le importa eso. En la inmediatez de la aspiración temerosa, la epiglotis resulta traicionera y los hilillos del descosido calcetín le penetran en la tráquea. El viejo no conserva ninguna fuerza, pero sólo le hace falta un leve empujón para introducir el calcetín con tomate por la tráquea, dificultando la respiración, reduciéndola, eliminándola en un último esfuerzo por evitar los mordiscos espasmódicos del final.

El cuerpo de la inexperiencia yace en el suelo. El viejo sentado sobre él, al calor de su incombustible fogata, terminando con la pieza que el otro había empezado y guardando la que había dañado con la sucia navaja.

El jugo rojo le chorrea por la cara y hasta el hoyuelo peludo de la barbilla donde se detiene para dejar una inconfundible imagen de viejo asqueroso.

martes, 7 de junio de 2011

El calabacín radiactivo

Un día recogió un calabacín de la huerta, lo peló, lavó, saló, rebozó, frió y engulló. Cuál fue su sorpresa cuando, al día de ingerirlo, se vio convertido en ¡el hombre-calabacín!

Sus particulares poderes consistían en mutar el código genético con cada pesticida olfateado, atraer a los conejos a roerle las espinillas, escupir pipas de una consistencia bastante dudosa y emitir una extraña y poco salubre coloración verdosa en una piel más bien rugosilla.

Algunos dicen que se había vuelto viejo de repente. Otros, simplemente que estaba cansado de pagar entre cinco y nueve euros por ir al cine a ver una película de superhéroes, género que tan cansinamente se esforzaban por explotar y hacerle entrar por sus ojos apezonados de calabacín enhiesto.

domingo, 5 de junio de 2011

El baile de las albóndigas

Se sitúan en una olla, hirviendo a un fuego que las hace borbotear al compás de la cebollita picada que salta sin parar.

Nueve albondiguillas de carne bien frita que danzan en círculo como una ceremonia tribal, rodeando a dos que han quedado en el centro, una pareja que se complementa con el olor que despreden a sudor caliente y vino cocido.

Once cabezas que saltan como calvos masais mientras se consumen en su jugo y engordan, y van adquiriendo el delicioso sabor del guiso, y el mago de la tribu invoca al todopoderoso tenedor que los ensarta a todos, llamándolos así a su presencia, para que el Gran Dios que hace apenas una hora que los ha creado los devore como Saturno hizo con sus hijos.

No hay distinciones de tribus, no hay rasgos diferentes: todos son iguales ante Dios, el único, se llame como lo llamen. Y tan pronto como Él lo decida, inexorablemente serán todos llamados a Su presencia, sin pasar por distinciones de tipo alguno, sin ser repudiados para su omnisciente estómago.