"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

miércoles, 24 de marzo de 2010

Donde se desnudan los corazones

El artificio azul se desplazó por el asfalto iluminando la terraza a intervalos. Y yo demasiado solo para participar de la conversación.

Lágrimas de alcohol rosa se deslizaban por entre las manos entrelazadas; demasiado poco güisqui en mi gaznate.

Farolillos apagados sobre las mesas y palabras amargadas por risas de felicidad incontenibles. La noche sevillana desnudaba a la luna de su velo de tul violáceo, arrancándome un dolor inconfesable, oculto entre sonrisas de plástico.

Qué más dará todo si sólo entonaba una canción que nadie podrá escuchar jamás...

La calle silenciada me sacudía con violencia mientras retornaba al lecho de madera donde habré de reposar mis huesos en una cama más grande que el Universo infinito.

No ha habido en mi vida noche en la que me sintiera más solo. Apenas una pandereta sorda podía llenar un vacío apaciguado por el dolor de la felicidad ausente, por la felicidad que tan lejana se hallaba a pesar de estar presente.

En especial dedicación a aquellas personas amigas que me aguantaron aquella noche; no es fácil escuchar y comprender...

lunes, 22 de marzo de 2010

De la íntegra belleza femenina


Hay mujeres feas y hay mujeres guapas. La fortuna me ha permitido conocer muy diversos tipos de ellas. Algunas eran muy hermosas, otras eran difíciles de mirar. Se dice que el cuerpo de una fémina no puede no ser hermoso. Falso. Me he enfrentado a siluetas que más valía recortarlas con tijeras muy bien afiladas, que ya no pudieran distinguirse nunca más.

Hay mujeres que da gusto verlas, que brillan con el reflejo de la luz dorada que las baña como queriendo acariciar sus escotes al sol y melenas al viento. Que tienen caras como de niñas que esconden una fogosidad sutil, increíblemente escandalosa. De esas que tragarían carne como pastillas para la tos, que no temen llenarse la boca de inmundicias masculinas. Que sería imposibles darles un no por respuesta por indecente que su proposición nos parezca y que nos sugiera un descaro que jamás querríamos para nuestras madres.

Hay mujeres que, por suerte, son horrorosas. Pero no horribles de las que piensas que son unas malditas brujas rencorosas o desgraciadas, no -que también-, sino de esas de las que da miedo mirarlas. Un miedo atroz que recuerda a un monstruo viscoso y mugriento. Pero no porque sean sucias o huelan mal, es más bien que tienen unas caras que jamás querríamos mirar de frente aunque, por supuesto, tampoco de perfil. Que poseen unos rasgos más que repugnantes y menos agraciados que el trasero de un marrano. Yo las llamo mocos.

Hay mujeres que no son mujeres. Hay mujeres que son hombres.

De todas ellas, hay mujeres que me gustan más y las hay que no me agradan nada. Más me gustan las feas que las menos guapas. Menos me agradan las más bonitas que las más horrorosas. En cualquier caso, toda mujer es bella cuando me susurra al oído, apenas en un leve murmullo, palabras que sólo pueden salir de su boca.


Se acerca, se aproxima y notas su calor en tu oreja. La humedad de su aliento apenas si te impregna la carne del carrillo, y te lame la conciencia. Su perfume se cuela por tu nariz, tu olfato capta hasta la última espora emanante de su piel. Sus labios, finos o gruesos, dulces o amargos, te rozan el rostro. Luego tu boca. Luego el resto...

Hay mujeres que no son mujeres. Hay mujeres que quieren ser diosas. Lástima que todas mueran jóvenes, horribles y hermosas.

martes, 16 de marzo de 2010

Realidad letal

Carlos no podía apartar la mirada de la pantalla luminosa de su ordenador personal. Los ojos, abiertos como platos, observaban con fijeza el icono titilante del correo electrónico. Ya nunca hablababa con sus amigos personalmente; no les hacía falta.

Las cuatro paredes de su cuarto constituían el universo que encerraba su fascinante realidad entre la oscuridad que resultaba vencida por la luz proveniente del aparato en el que tecleaba con sus dedos grasientos. Comía entre mal y peor, siempre sin bajar la mirada al plato. Ya podía estar ingiriendo carne o letras que no las leería.

El icono seguía parpadeando en la inmensidad de una red ignota. Se frotó las cuencas y, con un esfuerzo colosal, se levantó de la silla y desvió la vista hacia la puerta cerrada, giró el pomo mugriento y salió. Antes de suicidarse, dejó un correo en su bandeja de salida con una sola frase: una gran mentira:

Carlos se ha conectado a la vida.

jueves, 11 de marzo de 2010

La mujer de grandes pechos

Es así, tiene unos senos enormes, la envidia de cualquier niña preadolescente. No es que sean grandes como de tener una talla de sujetador desproporcionada o poco común, no. ¡Es que son inabarcables con la vista! Eso sí, sólo si la intentas mirar a la cara, porque no se la puede ver de ninguno de los modos imaginables.

A decir verdad, se podría nadar entre sus pechos literalmente. Si hace cualquier tipo de ejercicio físico, un río de caudal generoso se desliza por entre sus carnes dejando a su paso un delicioso sabor mezcla del salado del líquido y el dulzor de su tersa piel.

Es una aberración, todo hay que decirlo. Y no porque una cabeza normal pueda quedar atascada si osa dispensar más pasión de la que pueda abarcar, sino porque su cuerpo está en exceso descompensado.

Ella es pequeña, muy pequeña. Y sus senos son enormes, demasiado enormes.

Háganme caso, no me tachen de pervertido o provocador o exagerado. Pueden hablar lo que quieran acerca de mí porque poseo la fortuna de encontrarme entre ese par de protuberancias, protegido por dos pezones que son del tamaño de pelotas de tenis.

Jamás me encontrarán aquí. Y yo soy feliz escondido por siempre al fin. Y ella es feliz de poder esconder a alguien entre sí. No me juzguen, pero es que tiene dos señoras tetas.

lunes, 8 de marzo de 2010

Al mar



Porque a veces necesitamos escuchar algo que despierte el ánimo.


Porque hay veces que necesitamos que una simple melodía haga que nos olvidemos del mundo que nos ha tocado sufrir.

Porque no siempre la compañía es lo mejor y un instante de soledad puede arreglar más palabras que nuestra voz...

miércoles, 3 de marzo de 2010

Dos océanos de resentimiento

Me topé con ella y no la conocía.

Nos sentamos juntos y despotricamos acerca de la incompetencia de la compañía de transportes.

Cruzamos las miradas; sus ojos eran de un azul intenso; bella, muy bella.

Nos sonreimos, nos acercamos, nos entendimos...

Ella bajó del autobús un pueblo antes que yo.

Los baños de la estación seguían estando igual de sucios.

martes, 2 de marzo de 2010

La mujer enamorada de sí misma

Elisa estaba enamorada. Era una mujer sencilla, no demasiado guapa.

En el tocador que había sobre la pared derecha según se entraba en su cuarto dentro de la casa de su tía, había un espejo de dimensiones adecuadas a lo justo y preciso para poder retocarse el rostro y el escote.

Sobre el tocador, además del espejo, había cosméticos de diverso tipo: cepillos, pulverizadores, pinceles, discos de algodón y pañuelos de seda, barras de labios, lápices de ojos de punta gruesa y fina, frascos de perfumes, -algunos eran parisionos, otros eran burdas imitaciones,- un vaso de agua a medio llenar y, en definitiva, otros tantos productos de estética femenina.

Elisa estaba enamorada y gracias a todo lo que había sobre el tocador, la inmaculada imagen que reflejaba el espejo era cada vez más artificial y más hermosa.

Cuando una mañana cualquiera se levantó como todas las demás, se incorporó sobre la cama, intentó bostezar y se palpó el rostro. Su cara, perdida e irreconocible, había quedado atrapada en el interior del espejo al que golpeaba deformándose aún más; bregando por volver a respirar amor o, más modestamente, incluso el desamor de su fealdad.