"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

lunes, 9 de mayo de 2011

El sexo cohibido


Es cosa del tiempo, de la edad, del cansancio del paso de los días y la costumbre puesta a macerar con melodramas interminables. El sexo de la esposa se cohibe, se atormenta, se retrotrae y fermenta.

Al principio es reivindicativo, asusta la idea de que pueda ser llenado por otro ajente masculino y se cumple con todas sus exigencias y peticiones. Se lo mantiene en la comodidad más absoluta, se lo complace, que para eso está.

Poco a poco, triste pero inexorablemente, va cayendo en la rutina después de experimentar con todo lo que puede tolerar. Le toca probar todo lo que pueda y exprimir todo su jugo si la metáfora se me permite aunque suene muy violenta.

Al final, lo que fuera una gran proclama de los derechos femeninos se encierra, por sí mismo, en la tradición de su historia. Se entrega completamente a su matrimonio y trata de complacerlo por extenso, dejándose olvidado en alguna playa todo el amor propio.

El sexo femenino tiene una fecha, como todo sexo vivo. Termina justo cuando empieza a sentir el roce de la comodidad del hogar, cuando se entrega a su marido siempre y cuando éste no se lo pida, puesto que de esa manera una cosa tal no sucederá nunca. Ella lo abraza, por fin, en toda su extensión, rodeándolo y engullendo una personalidad que convierte en suya. Así, por increíble que parezca y retrógrado que suene, es como se alcanza la madurez a la hora de la concepción: cohibiendo el deseo femenino, entregándose al sexo masculino, pasando a ser poseído. Ya nunca más podrá poseer sin olvido.

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