"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

jueves, 28 de abril de 2011

El perro Popeye

Ese perro me mira mal. Lo intuyo. Su mirada me perturba, me coacciona, me perfora la conciencia en busca de un ilusorio hueso recubierto de materia gris. Me observa con inquina, con ojos muy abiertos, de quien te reconoce a primera vista y sabe que eres un horrible pecador. Detecto desprecio, casi odio, intenciones de ataque tras cerrar su enorme boca babeante; pero sólo me mira. Me mira mal. Lo sé.

Lo sé porque me recuerda al perro Popeye, un animal dócil, de aspecto fiero y temperamento agitado. Era un British bulldog, un bicho pesado, de carnes fofas y hombros anchos. Comía como un descosido y robaba al más mínimo descuido para rebañar plato propio y plato ajeno. Tenía porte distinguido; andaba tras las perritas en celo con el trasero caído, tanto le pesaba, que cuando intentaba montarlas no lograba alzar las patas más de dos centímetros del suelo. Era un espectáculo gracioso. Gracioso y horrible, porque el pobre animal se frustraba, caía rendido al suelo y la acompañante le mordisqueaba las orejas caídas de cansancio y estrés.

El perro Popeye era un animal triste, aburrido, atormentado por los intentos contínuos de querer ser perro y no poder conseguirlo. Los últimos meses de vida ya tenía la mirada perdida, la vista cansada y el hastío de la vida le había arrancado todo signo de fortaleza de su robusto cuerpo. Una vez me miró. Tenía los ojos bobalicones de quien ha sufrido en la soledad: muy abiertos, de mirada alguna vez intensa y curiosa, pero que denotaban un terrible esfuerzo por seguir abierta. Buscó en mí algo, no sé qué, tal vez un síntoma de debilidad, un acceso de cariño.

Días más tarde murió. Su gracia se fue con él, cansado de ser perro, de no ser nada. Ese perro que me mira me mira mal, ahora lo sé. Me recuerda al perro Popeye. Tal vez se esté muriendo, harto de no ser nada, consumido por perrunos demonios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario