- ¡Volvemos a encontrarnos, vieja enemiga! –Le dije a la botella de vodka tan sobrio como el amor me lo permitía.
- ¿Quieres que te deje a solas con ella? –Me preguntó Y. con desconfianza. Sabía demasiado bien qué había pasado la última vez que esa botella y yo nos encontramos por lo que se fue preparando para regresarme a casa.
- Por favor. –Pedí yo. El espectáculo estaba asegurado.
Nos situamos uno frente a la otra, solos, junto a un vaso ancho con un dos cubitos de hielo. Ella estaba fresca, sabía que bien podía ser una lucha deliciosa, muy dulce y rápida, para que no sufriera. No describiré el proceso, pero estuvimos encerrados a solas durante quince minutos. Fue rápido, indoloro y casi erótico el modo como apuré la última posibilidad de aquella botella. Cuando abrí la puerta, Y. se sorprendió gratamente.
- ¿Qué ha sido de ella?
Inmediatamente esbozó una sonrisa y nos dirigimos juntos al velatorio. Dentro, había visto una botella de vodka herida, agonizando en el suelo con inusitado horror mientras se desangraba sin remedio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario