El mundo adolece de una enfermedad febril: se seca, se humedece, suda... El mercurio no marca la temperatura, se extasía con la oportunidad de crecer. El mundo que habitamos no es real, es una fantasía.
Cuando la mente se cierra y los sentidos se ciegan, la verdad nos parece mentira, no somos capaces de efectuar relaciones entre el mundo que nos acoge y los acogidos que somos por él. Nuestro escenario es nuestro, somos egoístas y mientras que nos gusta hablar de protocolos de salubridad, también nos encanta gasificar el entorno, arraigar la sobrenaturaleza y cazar nuestro futuro.
El planeta se queja, el planeta se muere, pero nosotros no. No nos gusta contemplar su muerte y cerramos los ojos. Otros prefieren intentar evitar su muerte, pero lo intentan mal, pretendiendo que dejemos el planeta en paz, nuestro planeta... Hipócritas. Estamos destinados a sufrir con él, a escucharlo y a escribir acerca de qué nos sugieren las piedras, como un hombre levemente sabio me preguntó hace algún tiempo.
Si el mundo se queja de gripe estamos destinados a padecerla con él, muy al margen de si usamos esa enfermedad para destruírnos, amarnos o incluso zafarnos.
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