"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

miércoles, 26 de enero de 2011

Vuelvo a pensar



Parece que respira. Parece que palpita. Parece que aún vive...


Las ausencias no vuelven, por eso se llaman ausencias, no las veremos más. Yo me ausenté, y volví. Pero yo no soy una ausencia, nunca lo fui.

Es inevitable acordarse de aquellos a los que no veremos más sus rostros, ni sus manos, ni escucharemos sus voces. Se suele decir, para paliar el dolor, que residen en nuestros corazones. Pero el mío está vacío, no respira deseos de pasado, no recuerda lo ocurrido, sólo se limita a aguardar resignado. Nos limitamos a esperar el turno, a que llegue nuestro número en una factoría donde las fechas de caducidad no existen porque son para productos biológicos. Somos desechos, estamos deshechos, heredamos el hedor de un futuro que no nos pertenece y nos creemos reyes en nuestro obnubilado pensamiento. Nos creemos nobles, creemos que tenemos prioridades, que somos unos mejores que otros, más inteligentes.

Y lo somos, por un brevísimo espacio de tiempo, lo justo para darnos cuenta de que en realidad no somos nada, ni nadie, y que el que yace en el ataúd es sólo un pobre afortunado cuyo número ha salido en la pantalla electrónica de la sala de espera de un cielo, de cualquiera.

Hay gente que dice que la música que se reproduce más arriba suena a judío muerto. ¿Acaso algún judío muerto ha podido afirmar algo así o corroborarlo? La música no suena, es mejor que no suene. El miedo así se apaga y la vida mejora, poco, pero mejora. ¿Nunca han vivido la muerte de un animal de cerca? ¿Nunca han matado uno? No saben lo que es sentirse poderoso por tener en sus manos su destino. No saben lo que es sentirse desdichado por tener que hacerlo por necesidad, porque sea un modo demasiado humano como para desheredarlo. Imagínense, por un momento, lo que debe ser matar un ser humano. Piensen por un momento, que la muerte natural puede ser aún más cruel y valoren si no es preferible estar vivos y no saberlo, que estar muertos a sabiendas.

Las ausencias no vuelven. Ni los animales cazados, ni los judíos muertos, ni los seres queridos, demasiado familiares para olvidarlos. Nadie ya se acordará de ellos, pues el nombre grabado en una lápida no es un recuerdo.

No, no respira, ni palpita, ni vive. El dolor por la pérdida es lo único que me empuja, la mejor razón para olvidarte de ellos, porque ellos ya se han olvidado a sí mismos. Y estoy casi seguro, de que estarán muy tranquilos.

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