"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

martes, 2 de marzo de 2010

La mujer enamorada de sí misma

Elisa estaba enamorada. Era una mujer sencilla, no demasiado guapa.

En el tocador que había sobre la pared derecha según se entraba en su cuarto dentro de la casa de su tía, había un espejo de dimensiones adecuadas a lo justo y preciso para poder retocarse el rostro y el escote.

Sobre el tocador, además del espejo, había cosméticos de diverso tipo: cepillos, pulverizadores, pinceles, discos de algodón y pañuelos de seda, barras de labios, lápices de ojos de punta gruesa y fina, frascos de perfumes, -algunos eran parisionos, otros eran burdas imitaciones,- un vaso de agua a medio llenar y, en definitiva, otros tantos productos de estética femenina.

Elisa estaba enamorada y gracias a todo lo que había sobre el tocador, la inmaculada imagen que reflejaba el espejo era cada vez más artificial y más hermosa.

Cuando una mañana cualquiera se levantó como todas las demás, se incorporó sobre la cama, intentó bostezar y se palpó el rostro. Su cara, perdida e irreconocible, había quedado atrapada en el interior del espejo al que golpeaba deformándose aún más; bregando por volver a respirar amor o, más modestamente, incluso el desamor de su fealdad.


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