"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

lunes, 22 de marzo de 2010

De la íntegra belleza femenina


Hay mujeres feas y hay mujeres guapas. La fortuna me ha permitido conocer muy diversos tipos de ellas. Algunas eran muy hermosas, otras eran difíciles de mirar. Se dice que el cuerpo de una fémina no puede no ser hermoso. Falso. Me he enfrentado a siluetas que más valía recortarlas con tijeras muy bien afiladas, que ya no pudieran distinguirse nunca más.

Hay mujeres que da gusto verlas, que brillan con el reflejo de la luz dorada que las baña como queriendo acariciar sus escotes al sol y melenas al viento. Que tienen caras como de niñas que esconden una fogosidad sutil, increíblemente escandalosa. De esas que tragarían carne como pastillas para la tos, que no temen llenarse la boca de inmundicias masculinas. Que sería imposibles darles un no por respuesta por indecente que su proposición nos parezca y que nos sugiera un descaro que jamás querríamos para nuestras madres.

Hay mujeres que, por suerte, son horrorosas. Pero no horribles de las que piensas que son unas malditas brujas rencorosas o desgraciadas, no -que también-, sino de esas de las que da miedo mirarlas. Un miedo atroz que recuerda a un monstruo viscoso y mugriento. Pero no porque sean sucias o huelan mal, es más bien que tienen unas caras que jamás querríamos mirar de frente aunque, por supuesto, tampoco de perfil. Que poseen unos rasgos más que repugnantes y menos agraciados que el trasero de un marrano. Yo las llamo mocos.

Hay mujeres que no son mujeres. Hay mujeres que son hombres.

De todas ellas, hay mujeres que me gustan más y las hay que no me agradan nada. Más me gustan las feas que las menos guapas. Menos me agradan las más bonitas que las más horrorosas. En cualquier caso, toda mujer es bella cuando me susurra al oído, apenas en un leve murmullo, palabras que sólo pueden salir de su boca.


Se acerca, se aproxima y notas su calor en tu oreja. La humedad de su aliento apenas si te impregna la carne del carrillo, y te lame la conciencia. Su perfume se cuela por tu nariz, tu olfato capta hasta la última espora emanante de su piel. Sus labios, finos o gruesos, dulces o amargos, te rozan el rostro. Luego tu boca. Luego el resto...

Hay mujeres que no son mujeres. Hay mujeres que quieren ser diosas. Lástima que todas mueran jóvenes, horribles y hermosas.

1 comentario:

  1. Fascinante!!

    Gracias por darte con tus letras llenas de emociones.

    Un abrazo

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