Sus particulares poderes consistían en mutar el código genético con cada pesticida olfateado, atraer a los conejos a roerle las espinillas, escupir pipas de una consistencia bastante dudosa y emitir una extraña y poco salubre coloración verdosa en una piel más bien rugosilla.
Algunos dicen que se había vuelto viejo de repente. Otros, simplemente que estaba cansado de pagar entre cinco y nueve euros por ir al cine a ver una película de superhéroes, género que tan cansinamente se esforzaban por explotar y hacerle entrar por sus ojos apezonados de calabacín enhiesto.
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