"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

viernes, 10 de junio de 2011

Calcetines con tomate

El viejo se mira las manos enguantadas y echa más leña y desperdicios al fuego. Se calienta. No puede por menos que hacer otra cosa, no le queda nada salvo su calor, sus mitones raídos y su experiencia bajo el mismo puente de fría roca después de tantos años.

Es feo, tiene la cara desfigurada y está desdentado. Emana un olor desagradable de una costra que recubre lo que alguna vez fuera herida en su brazo derecho. Pero las llamas lo reconfortan, hace ya mucho que no siente nada.


- ¿Quién anda ahí? -Pregunta sacando un trozo de tela del pecho, estratégicamente situado para conservarle un poco de calor dentro.

- Soy yo. -Contesta un mendigo mucho más joven.- ¿No tendrás algo de comer por un casual, verdad?

- No sé si por casualidad o no, pero desde luego no para tí, perro.

El joven lleva una navaja oxidada en su diestra, dispuesto a utilizarla si no se cumple con lo que quiere.

- Cuidado, viejo, tengo más fuerza que tú. ¿Qué tienes ahí? -Lo aparta de un manotazo que lo cae al suelo, aferrado aún al trozo de tela que parece ser un calcetín viejo lleno de agujeros y descosidos.- ¡Vaya, pero si tienes un par de tomates! -Los palpa, tienta el gusto de las hortalizas y no se contenta con ello sólo y le da un bocado a una.- No están muy católicos, pero al menos es algo que comer. Gracias viej...

Se da vuelta con la boca llena de la propiedad del anciano, hablando, con la guardia baja y la hoja de la navaja entretenida ensartando el otro tomate. No le da tiempo a jactarse más de su arrogancia y desprecio por el viejo, se queda con la jota ahogada en la boca.

- Jjjjjjj...

El desgraciado deforme le ha introducido el calcetín en la boca y aprieta los descosidos contra su garganta, ocupada por trozos de hortaliza podrida. El amasijo se convierte en un tapón que oprime la campanilla del joven contra el cielo de la boca mientras los hilos sueltos se van introduciendo por la parte más superior de su esófago. Los nervios traicionan al joven mendigo que alza la navaja contra su agresor, tratando de cortar el aire que el tomate ensartado apachurra contra el viejo abrigo. Se preocupa por respirar, ahora ya sólo le importa eso. En la inmediatez de la aspiración temerosa, la epiglotis resulta traicionera y los hilillos del descosido calcetín le penetran en la tráquea. El viejo no conserva ninguna fuerza, pero sólo le hace falta un leve empujón para introducir el calcetín con tomate por la tráquea, dificultando la respiración, reduciéndola, eliminándola en un último esfuerzo por evitar los mordiscos espasmódicos del final.

El cuerpo de la inexperiencia yace en el suelo. El viejo sentado sobre él, al calor de su incombustible fogata, terminando con la pieza que el otro había empezado y guardando la que había dañado con la sucia navaja.

El jugo rojo le chorrea por la cara y hasta el hoyuelo peludo de la barbilla donde se detiene para dejar una inconfundible imagen de viejo asqueroso.

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