"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

sábado, 26 de marzo de 2011

Se perdía entre las páginas sin mácula que no escribía

Le daban miedo las letras. Se podría decir que huía de ellas. Y sin embargo, quería dejar constancia de toda su vida. Había tenido una vida larga que se reflejaba en cada una de las arrugas que le esculpían el rostro como a una estatua helénica. Sus arrugas hablaban por ella. Literalmente.

Padecía logofobia. Nunca hablaba y cuando quería decir algo moría un poco más por dentro, una nueva arruga se perfilaba en alguna parte aún no horadada de su cuerpo. En muchos sentidos, era una virgen. Nunca habló. Nunca conoció vida humana diferente a la suya. Nunca escribió, pero le hubiera gustado. Imprimir en un papel todo cuanto no podía decir, todo cuanto no podía vivir...

Era una mujer increíblemente sabia. Conocía todas las palabras, no muchas, sino todas las que se puedan imaginar y las que aún están por definir. Ella era toda una auténtica creadora de palabras, de palabras mudas, mudas y sordas, sordas y ciegas...

Se perdía entre las páginas sin mácula que no escribía. Las letras le amedrentaban. Una vez dibujó una pirámide y se encerró en ella. En otra ocasión hizo dos colinas y logró que desafiaran las leyes de la gravedad al colgarlas del papel de canto. Hizo múltiples dibujos, pero nadie supo jamás leerlos, nadie los encontró nunca, ni siquiera yo.

Ella era una mujer que no tenía letras en el nombre, no tenía letras en el olvido, en el abismo en el que se perfilaban las dicotomías desestimadas de sus entrecortados pensamientos. No tenía letras porque no se le permitía tenerlas, porque ya tenía todas las que una persona que no existe pueda desear. Huía de ellas, se alejaba de las palabras y, sin embargo, como quien quiere aprender a montar en bicicleta y no logra perfeccionar la técnica hasta que sabe que irremediablemente ha de aprender a caerse primero, no había palabras suficientes para hablar de ella, para escribir sobre ella, para recordarla ni tan siquiera inventarla.

Las suyas eran palabras de adiós, adiós y bienvenida, bienvenida y auxilio. Palabras de amor y de odio, de contradicciones y tautologías. Palabras de todos y de nadie. Palabras de auxilio, auxilio y hasta nunca.

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