"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

viernes, 4 de marzo de 2011

Limitaciones (II)

Pensar en vacas es pensar a lo grande, no como hacerlo con palomas estúpidas que sólo sirven de excusa para quejarse por las acciones cada vez más imaginativas del gobierno y con las que, por casualidad, aciertan a veces. Pero pensar en vacas no es lo mismo, pensar en vacas es hacerlo en animales inteligentes que pasan el día mascando hierba mientras contemplan el paso del tren envueltas en nubes de vapor.

No es que hayamos vuelto al tren de vapor, sino que las nubes de vapor son de los propios animalitos que, atosigados por una dieta demasiado monótona y rica en carbohidratos, no pueden evitar consumirse como velas.

Y contaminan. Y no será de extrañar que pronto se proponga una reforma legislativa que reclame un mundo menos contaminado por los gases vacunos que tanto pueden molestar. Aunque, bien mirado, ¿para qué reducir el número masivo de vacas pedorras si se puede reducir todo a la cuestión locomotriz de los bichos?

Si un animal tan grandote y hermoso es capaz de caminar unos veinte kilómetros al día, generando una cantidad de trescientos centímetros cúbicos de gases debido al aire producido por el movimiento del alimento en el interior de sus aparatos, entonces la cuestión es simple: limitar su caminata a dieciocho kilómetros diarios para reducir la cantidad de gases.

Pero es que es obvio. Aunque sea más sencillo matar al animalito, que ya está demasiado mayor para funcionar correctamente y que además serviría para comer, la solución pasa evidentemente por tener que pensar en términos abstrusos y cambiar las condiciones de vida del personal.


¿No nos damos cuenta que las mentes que idean esas soluciones nos están tratando de ayudar? Si nos quitan los límites de ciento veinte kilómetros a la hora será porque así nuestros estómagos sufrirán menos. ¿O lo harán acaso sus neuronas?

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