"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

viernes, 26 de noviembre de 2010

Noches sin cielo



Aferrada a una esfera luminosa, cálida, rodeada de oscuridad, la mujer, desnuda, se sujeta al último vestigio de vitalidad del mundo en el que ha quedado atrapada para el resto de su eternidad; una eternidad finita con la fecha de caducidad que su cuerpo le imprime.
Observa a su alrededor y no ve nada.

Mira su esfera y se adentra en un mundo futuro donde la música no llega. El viento peinará los cabellos de alguna princesa imaginaria de cuentos fabulosos, que no existen ni existirán jamás. Más allá del bosque se oye el discurrir de un agua tranquila y lejana, bañada por la luz de la esfera que rodea con sus manos.

A medida que observa el cauce del riachuelo éste va dejando de sonar, ya no quiere hablar de lo bellas que eran las vistas que el tiempo dejó atrás. Ante él y sobre su superficie se extiende una extensa ciudad. Toneladas de acero se levantan desde el mar y otro mar aún más profundo lo cubre del color anaranjado de las partículas que perdieron el rumbo hace largos años.

Espacios infinitos se extienden de un extremo a otro de la luminiscente esfera universal, tocándose el principio que se confunde con ningún final. La mujer llora en su desconsuelo y se arrepiente de mirar, no comprende qué ha hecho mal.

Su esfera se apaga como lo hace su realidad y se aferra a un sueño que nunca podrá volver a evocar como, tiempo atrás, lo hiciera con el poema de alguien que ya no volvería a existir.

Las paredes de su estrecha habitación se cierran en torno a ella mientras la pregunta acuciante le perfora y la insta a erguirse sobre su redondez no luminosa preguntándose si no sería verdad, si no sería cierto, que Dios fuera una mujer...



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