"Éste es el relato más triste que nunca he oído..."

Ford Madox Ford (El buen soldado)

martes, 16 de noviembre de 2010

La gata gorda o el furor felino

Albergaba un sentimiento de desasosiego en mi pecho por la mañana temprano cuando caminaba mi paseo matutino frente a un hotel con algunos árboles rezando a su puerta cuando descubrí, para mi asombro, una bonita gata mirando hacia la copa de uno de los naranjos que se levantaban sobre mi cabeza. Estaba obesa. Era una bonita y lustrosa gata obesa que quería, al parecer, trepar y subir a las ramas entreveradas de más arriba.

Es realmente gracioso contemplar cómo un animal cuyo linaje proviene de una noble y ágil raza se agazapa, flexiona las patas traseras, se lanza desesperado al tronco del árbol, se aferra con fuerza a la corteza, pone su máximo esfuerzo en coronar la cima y se cae de costado contra el suelo.

El mundo femenino es idéntico. Se esfuerzan sexualmente en ser realmente activas cuando el cuerpo femenino está concebido para ser receptivo, pasivo. Ponen todo su empeño en alcanzar la satisfacción de subir a la copa del árbol y divisar el mundo desde lo alto. Consiguen con su esfuerzo no alcanzar siempre el placer inconmensurable de satisfacer absolutamente todos sus deseos y, sobre todo, olvidan que son los seres más complejos del planeta.

Cuando aquella gata salió huyendo despavorida de su accidental derrota, me percaté de un pequeño detalle: no estaba obesa, estaba preñada. Comprendí al instante que aun estando obesa hubiera podido doblegar la voluntad de aquel árbol si lo hubiera deseado. Que su constitución le hubiera permitido, aun siendo un animal inadaptado a su perfecta fisonomía, hacer lo que le hubiera venido en gana y satisfecho sus necesidades más propias.

El único lastre que tenía era su prole. Sólo el instinto le priva a la gata de su propia satisfacción. La preocupación por lo ajeno. El desmotivamiento es lo que la mueve, irremediablemente, a convertirse en una pobre criatura desdichada.

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